Era un día soleado de verano, en la montaña apenas quedaba nieve. Los senderos, ocultos durante muchos meses, serpenteaban a lo lejos invitando a transportarnos a otra dimensión.
En los primeros tramos las pendientes le obligaban a acortar el paso y ralentizar la marcha. El silencio solamente quebrantado por el sonido de los pasos y el ritmo acompasado de la respiración.