sábado, 24 de noviembre de 2012

Corriendo por Cazorla, GR 247.



 El sendero es magnífico, lo han limpiado recientemente, bien señalizado y unas vistas de ensueño. Continúo entre los pinares por las crestas que dan vista a la zona de Burunchel,  a la derecha, y Arroyo Frío, a mi izquierda (esto lo supe al día siguiente). La puesta de sol ha sido espectacular y, aunque la vista se adapta a la penumbra, me cuesta seguir la vereda. La perdí dos cerros atrás. Me he cruzado con dos machos monteses y, un poco después, con tres gamos;  ¡qué subidón de adrenalina! Intento seguir la cresta intuyendo que puedo cortar la vereda en algún momento. Pero el bosque se da la mano con la noche y me obligan a plantearme dar marcha atrás.

No conozco el terreno, no he visto mapa de la zona, es de noche, no llevo linterna, debo orientarme en la oscuridad para intentar llegar al Puerto de las Palomas y desde allí, carretera abajo, llegar hasta el hotel.


Castillo de La Iruela.

Llegamos esta tarde, e intentando aprovechar el día, subimos al puerto de las Palomas para oír  la berrea o disfrutar de una tranquila puesta de sol. Pero a unos cientos de metros antes de llegar al parking del puerto, veo un indicador de sendero hacia la Iruela. Las mariposas empiezan a revolotear en la barriga y la cabeza hace malabares buscando la combinación  para poder correr un rato.
El equipaje lo hemos dejado en el hotel  y no tengo atuendo para correr.  Llevo unos pantalones de trekking desmontables que puedo dejar más cortos, una camiseta de algodón, zapatillas de asfalto  y una chaquetilla anudada a la cintura porque hace fresquete.  ¡Ah!, también echo el móvil en un bolsillo.
Me despido de mi familia y les digo que ya apareceré a la hora de la cena. Hacia el norte va un camino hacia la Fuente de la Zarza, donde también hay un  refugio     (GR 247)   y hacia el suroeste  una  veredita  entre pinos  que  indica hacia la Iruela (GR 247).


 Después de un tramo de sendero entro en un camino que pasa junto al refugio del Sagreo (en restauración). Comienzo una ascensión dejando el camino  y siguiendo una vereda. Me mosqueo porque llevo varios kilómetros y he visto un indicador, me quedan 13 km hasta la Iruela. Voy disfrutando como un niño. La noche se me echa encima pero puedo intuir el sendero que está muy bien marcado. Pero de noche, todos los gatos son pardos.


Hace rato que troto errando en la noche, cerro arriba y abajo sin dejar la cuerda, dirección en la que intuyo debe estar La Iruela.  Llevo bastante tiempo fuera de ruta y lo más sensato será intentar salir de allí.
Volviendo sobre mis pasos, desistiendo de encontrar la vereda, el objetivo es encontrar la carretera sin meterme en los cortados de piedra que veía  esta tarde desde el coche. Envío un mensaje con el móvil, porque no tengo cobertura y no puedo avisar de mi demora.

 Detalle del sendero GR 247. 
Al fondo izquierda, la Viñuela. 

Sigo corriendo despacio, a tacto, por  la cresta. Alcanzo un pico con un hito que demuestra claramente que no he pasado por aquí en el trayecto de ida. Me intento orientar con las luces de los pueblos y confirmo que la dirección es la correcta. Pero la duda no me quiere abandonar  hasta que inicio el descenso y visualizo las luces de un coche allí abajo.






Al fondo, La Iruela.

En un momento de cordura, recuerdo que instalé en el móvil una aplicación este verano y que no la había usado hasta entonces. Una especie de linterna. La busco dentro de las aplicaciones y…  bueno, ¡esto es la leche!. (quizá en circunstancia normales  alumbre menos que un candil, pero en estos momentos, de llevar un gran trecho a ciegas, un poco de luz, es pasar de la noche al día).
 La bajada coincide con un cortafuegos y aunque el descenso es bastante brusco, el piso es de tierra y con la luz del móvil esto se va alejando de la aventura y, por un momento, va resultando bastante cómodo.
La luz del coche permanece inmóvil. A unos cientos de metros, de lo que intuyo debe ser el  aparcamiento del puerto de Las Palomas, encuentro una valla bastante alta que no dudo en saltar. Sigo un camino que lleva directamente hasta las luces que vienen haciendo de estrella Polar.
Resultan ser los guardas forestales del Parque intrigados por la luciérnaga errante que llevaban observando desde hace un rato. Luego, la preguntas de rigor: ¿desde dónde vienes?; ¿qué te ha pasado?; ……..  pero ahí  hay una valla.
Y sin dudarlo, les dije: - La he saltado, claro. (No les iba a decir que no la había visto).
Cuando les pregunto por mi destino, me sugieren que llame a mi mujer para que me recoja, porque quedaban unos cuantos  kilómetros.
Pero le quité un poco de importancia a la distancia, les di las gracias y tras una rápida despedida, sin darle tiempo a nada más, arranqué a correr carretera abajo.
En el asfalto solté las piernas y la mente, intentando retomar cada imagen, cada sensación, decisión y emoción que había deparado esta inesperada aventura.


Nota. La última cima que abordé esa noche, resultó ser el cerro de La Viñuela (1385m).  La siguiente tarde-noche, después de hacer la típica subida por el Borosa, me hice con un mapa y completé la ruta desde el puerto de Las Palomas hasta la Iruela, una auténtica pasada (esta vez con gusiluz (frontal). Las fotos son de esta segunda oportunidad.
Pude comprobar donde había perdido la vereda. Una puñetera curva a la derecha, pero de noche, ya se sabe... También pude ver  donde me dí la vuelta, creo que fue pasando la Peña de la Cumbre (1384m).  
Pero me quedo con la ruta que hicimos corriendo al día siguiente hasta los “tejos milenarios”. Sobre todo porque llevaba de pareja a un runner escepcional, mi hijo (6 años).


Tejo milenario.

Os dejo un mapa de la zona que podéis imprimir en A4.


Saludos traileros. Jes.

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