Nuestro guía, Pacoki, gran conocedor de la zona, nos desvió de la salida habitual, la antigua vía de ferrocarril que subía hacia Cerro Muriano. Entramos en un paisaje desnudo de nuestra omnipresente encina, pero envuelto en un verde poderoso. Cruzamos un riachuelo y nos adentramos en un recorrido laberíntico entre hoyas, paredes y cerros de una cantera de arena abandonada. Herida que ha cicatrizado la vegetación, retomando lo que era suyo.
Subidas y bajadas provocaban el distanciamiento de mis tres amigos. Los jodidos están fuertes y yo aún flojucho. Mimándome, hacían pequeñas pausas para no descolgarme.
Cuando entramos en el bosque mediterráneo afrontaron una subida que me hizo separarme del grupo y seguir un sendero alternativo mucho más afable.
Ese momento de soledad, de varios kilómetros, me permitió acomodar el ritmo, disfrutar del sinuoso recorrido entre la húmeda vegetación de rivera y, como sinfonía, la música de los pájaros y los arroyos.
Nos encontramos en unas ruinas que coronan majestuosamente un redondeado cerro color esmeralda, desde donde se puede otear gran parte de la cara sur de nuestra sierra.
De vuelta, todos juntos, en ligera bajada, la lluvia no nos dio más tregua. La vereda se abre y se cierra, escondiéndose entre la espesura, alternando pequeños claros con el bosque de galería.
Llegamos al coche, mojados y con unas incontenibles ganas de disfrutar de un calentito café con churros.
Que buenos ratos.
Saludos traileros. Jes.
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