“La capital del Santo Reino”
se presenta como uno de los lugares privilegiados
donde podemos compaginar la visita convencional a la ciudad, con una aventura
desde sus propias paredes a la maravillosa sierra que se empina hacia el
poniente.
Aquí empieza una subida de 7 km con 1000m de desnivel
positivo (un km vertical en toda regla) donde quiso la organización que se
cumpliera el dicho jienense: “Que revienten como el lagarto de la Malena ”.
Ya nos advertía Paco Fdez
(amigo e hijo de la tierra) que la subida a Jabalcuz (1614m) era delicada.
Cuando nos aproximábamos por la mañana a Jaén el pico se ocultaba tras las nubes
esquivando a los curiosos. “El que quiera conocerme que venta hasta aquí”.
Pensaba afrontarlo igual que
mi Maroma (2065m) desde el Robledar, porque la longitud y el desnivel son
similares. Pero no hay dos montañas iguales.
A todos nos sorprendió la forma
de sudar. Creo que más debido a la humedad que a la temperatura. Eso, sumado a
las largas bajadas, pasaría factura a nivel muscular.
Cuando estábamos en plena
ascensión, el monstruo, se descubrió ante nosotros y nos permitió disfrutar de
las vistas que custodia este magnífico gigante.
En la subida merece la pena
mirar a diestro y siniestro, porque la cima es efímera.
Todavía queda más de una
media maratón. El descenso se alargaba durante 9 km . Curioso contraste donde
no quiero cebarme pero se presta a soltar las piernas, sobre todo por la
“Vereda de los Pinchos”. Un sendero aéreo en zigzag rebosante de verdor y magnífica soledad.
Desde la mitad de la bajada en adelante, hice el recorrido casi en
solitario. Era como descubrir estos maravillosos entornos en una de mis salidas
traileras.
Los buenos se habían ido y me
quedé en terreno de nadie. ¡Qué maravilla!.
A veces pensaba si me habría
equivocado y que estaba haciendo el camino inicial de vuelta, pero siempre aparecía
un nutrido y caluroso avituallamiento.
En la primera bajada larga me
resentí de mi maldito tobillo izquierdo, aunque lo llevaba vendado. El dolor se
agravaría hasta el final.
Luego, el tedioso ascenso al
Puerto del Aire. Continuaba sólo, disfrutando del campo, haciendo mi carrera.
El ritmo controlado y el pie jodido, pero podía continuar.
De vez en cuando alcanzaba
algún senderista, corredores perjudicados… pero en solitario, sin compañero ni
rival.
Al llegar a la última bajada
noté unos calambres en los cuádriceps. No había nadie ni delante ni detrás. Me
paro a estirar porque se vuelven cada vez más dolorosos. Veo que se acerca otro
corredor y arranco a correr endemoniado sin saber que sólo quedan 400 m para meta.
¡Qué carrera más bonita, me
ha encantado!.
que arte tienes para contar las cronicas niño!!!!
ResponderEliminarPaco fdez.
Mira que yo vi en persona la carrera, pero lo cuentas mejor de lo que yo recuerdo.
ResponderEliminarComo dice Paco, hay que tener arte para contar las cosas así de bién.
Rubén Aragón
SE NOTA QUE TIENES EXPERIENCIA CON LA PLUMA. UN ABRAZO
ResponderEliminarNo, si al final me lo voy a creer.
ResponderEliminarGracias traileras. Jes.